lunes, 29 de septiembre de 2008

Ideas

La clase política de nuestro país adolece de menospreciar la participación activa de los jóvenes y mujeres, que en gran parte de los procesos históricos ha sido fundamental. Siempre he entendido que la participación no se otorga, sino que producto de una osada actitud hace frente con sensibilidad, al breve desatino de intentar reformular las cosas. Por eso entiendo necesario hacer un reclamo a la formulación de políticas públicas que satisfagan las necesidades de este segmento, que en la actualidad constituye la mayor parte de la población. No existe una identificación social con sus reclamos, debemos comprometernos, asumir responsabilidades y ayudar a una sociedad que se desmorona por días ante el abismo de la ignorancia y la inercia de los que la dirigen, una sociedad, que desafortunadamente ha perdido su capacidad de asombro.

Esa clase política que con conatos de acercamiento cada 2 años en carnaval electoral nos oferta lo imposible, no se ha percatado de que estamos vivos entre tantos muertos. Basta con despertar y abrir los diarios para que sintamos el bombardeo pesaroso de las noticias de asesinatos, asaltos, violaciones y violencia. Muertos de soledad, de hambre, de dolor, de sueños, de ilusiones, de desidia, fatalidad y desesperanza. No puede evitarse el estremecimiento que desencadenada la crueldad, el abuso y la desesperación. Invade un sentimiento de impotencia ante la urgencia de embestir la impostura, con lo que se pueda, con nuestras manos, nuestras ideas, nuestro llanto o nuestro trabajo. Tiene que valer la pena el hecho de que sigamos aquí con capacidad de concreción mental para resistir la sordidez de la miseria. Por eso se nos requiere combatir las causas para prevenir las consecuencias, no podemos seguir hablando de construir un progreso del cual la sociedad no forma parte, tenemos que involucrarla con todos sus sectores, nos urge concertar, dialogar e iniciar la zapata para una verdadera transformación. Nuestros jóvenes, desprovistos de oportunidades agonizan, y con ellos la esperanza de un mejor país. Nuestras mujeres se exilian en su propio silencio sin desafíos aparentes. No podemos permitirlo, debemos despertar nuestras conciencias para mostrarle al mundo nuestra fortaleza, nuestras voces, nuestra unidad y nuestra irreverencia a un sistema adocenado capaz de corromper y degradar nuestra sensibilidad.

Las marionetas forman parte de un espectáculo teatral, de ahí que no podemos apelar a la ignorancia o a la incapacidad para seguir en este derrotero, que estamos aquí, sobreviviendo al caos, despiertos, alertas y creando, prestos a fusionar ideas para encaminar nuestro descarrilado destino y agradecerle al Creador el reencuentro con la verdadera humanidad, esa que no desfallece ante lo posible porque hace siglos que reconoce su ilimitada fuerza para transformar con el amor y coraje el destino social de los pueblos.